Querida abuela,
Hace dos semanas que te has ido para
siempre, dos semanas que tu voz se apagó y con ella las coplas que nos cantabas
en cada fiesta, con ella también el Virolai que cantabas hasta hacerme llorar,
con ella tu historia tan llena, tan vivida se ha diluido.
Me perdonarás tanto silencio. Ha sido
extraño, pues después del entierro y de estar con la familia, en soledad tu
ausencia golpea mi alma hasta desgarrarla, aunque estoy contenta, entre
tú y yo no hay nada pendiente, nos hemos expresado y abrazado, desde el corazón
y sin barreras emocionales.
Estás tan viva que tuve que entrar y verte
en el sueño eterno para cerciorarme que lo que estaba viviendo era real y no un
engaño de mi mente, una locura de las mías.
He tenido
uno de esos momentos que conoces, de psicosis, tenía miedo de perder las
grabaciones y vídeos en los que escuchar tu voz.
Tu
princesita está bien, triste, ya nadie la llamará así, la he
abrazado por ti, sé que no es lo mismo, que tus abrazos tenían la sabiduría de
los tiempos que te tocó vivir.
Desconozco
si tras la muerte hay una vida, pero permaneces en mis carnes, en mi sangre, tu
espíritu libre está en mi y tu coraje sigue palpitando en mis venas.
¿Qué hacer
con la porción de vida que me queda por vivir? ¡VIVIR!
En la misa
cogí fuertemente la mano de mi hermano, tu ahijado, juntos sintiendo la fuerza
y el amor del momento, con la amargura de las despedidas, me agarré fuerte y
juntos empezamos a cantar el Virolai, al cura no le quedó más remedio que
unirse a esa fuerza espontánea tan nuestra, tan tuya.
Mi porción
de tiempo es una incógnita, pero sí quiero sentir que mi sangre es dinamita
estallando a cada sorbo de vida.
El peque
está bien, pregunta por ti y le enseño quién eres, no quiere
olvidarte, quiere tatuar tu voz en su mente, tus canciones y recordar la
suavidad de tus manos llenas de artrosis y tu olor, tu perfume.
Abuela, que
tengas un buen viaje en el tren nocturno de la vía láctea, que hables con las
garzas y cuentes las estrellas, allí te encontrarás con Nicasio, tu hijo y con
mi abuela Carmen, jugad con las estrellas al parchís, sin hacer trampas, que te
veo ¡eh!
Tuya,
siempre, tu nieta que te quiere,
Mª Carmen
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