LA CITA

Aquellos pensamientos danzaban y, amenazantes, se transformaban en pesadillas que día tras día ahuyentaban todo lo que el día me esperanzaba. Seguía ahogándome y la cortisona me hinchaba, dilatando mi tan castigada piel.

En mis sueños sólo percibía una sensación o bien debía huir o bien debía buscar algo ¿la muerte?

La muerte no acudía a mi encuentro, sólo quería visitarla, aunque fuera un rato. Tomar juntas un café. Todos la temen y yo me siento enamorada, quizás tenga algo de hombre. ¿Es importante el sexo de la muerte? Sería un buen momento para perder los escrúpulos y sentirme libre de todo.

La cortisona fluyendo por mi sangre, vasodilatando y jodiendo mi hígado. No sé respirar, la presión en el pecho es más profunda. La herida está hecha con escarcina, no cicatriza. Es la herida abierta con vinagre, supurante de una vida que me consume y desgarra.

La máscara de oxígeno es molesta, las luces me aturden, demasiada gente en urgencias. Quiero aislarme, sigo pensando en la muerte, mi cuerpo ya no me pertenece, está ausente, dirige sus propios caminos y mi mente traiciona a mi cuerpo. ¿Será la muerte que viene a verme?

Elías, así se llama el médico de urgencias, sigue buscando algo, mi cuerpo no reacciona, dice que mi mente no quiere seguir. Quizás. Todos miran a una mujer que se ahoga pero la vida me ahoga en la más absoluta soledad. Ella, es la culpable, me ha demolido, ha barrido mis sentidos, los ha vaciado. Ya no queda más.

Acaban de inyectarme un valium, creen que son los nervios, es la última posibilidad. No hago caso de nada, yo y mi yoidad dialogando. Hay unos ojos, rojos, tristes, tiernos, es mi padre, languideciendo en mi presente angustia. La musculatura se relaja, siento que la tensión desaparece. Quizás sea el valium. Mis pensamientos se están anestesiando, parecen alegres. La muerte ha cancelado la cita conmigo. Sigue sin importarme su sexo.