Rutina

La habitación tenía muchas capas de pintura, en ella se contenían los secretos que ahora las paredes querían escupir. Contenían los acontecimientos de toda una vida. El trasiego de celebraciones con risas y confeti, también los silencios, los gritos y la soledad que, con los años, se le fue incrustando en su piel hasta cuartearla.

Todas las mañanas Carlos empezaba su rutina, despertaba al amanecer, se ponía a fregar el suelo, a recoger restos de vajilla rota, arreglaba las habitaciones de sus hijos, de fondo el mar, vivía en el faro, uno de esos faros típicos de las costas del Cantábrico.

Cambiaba las sábanas, ordenaba las fotografías, ponía en orden la cartera de sus hijos con todos los libros y el almuerzo en una fiambrera, tenía dos, un niño y una niña. Sacaba el polvo, bruñía la cubertería. Su mujer y él eran un equipo, ella trabajaba fuera de casa y él podía ocuparse de la casa y los niños. Eran una pareja atípica.

Luego, como poseído, iba al supermercado del pueblo para comprar las cuatro cosas necesarias para hacer la comida. Saludos de cortesía con los vecinos y ninguna palabra más.

Por la tarde su casa refulgía, las escaleras relucientes. Carlos, con todas las tareas hechas,   se preparaba un café cargado, salía a su pequeño jardín, pulcro, sin maleza, se sentaba en los columpios, para ver ponerse el sol tras la línea del horizonte mientras  sorbía poco a poco su café, sin azúcar, sintiendo toda la amargura apuñalando su garganta. Poco a poco su rostro iba pasando de la ternura a la dureza, al mismo tiempo que el sol daba paso a la oscuridad de la noche. Carlos lloraba sin ser consciente de que estaba llorando.

Regresó a su casa y presa por una fiera que despierta con sed de venganza, tiró al suelo los platos de la cocina esparciendo la comida por todas las paredes, deshizo las camas tirándolo todo por el suelo, vació las mochilas del colegio de sus hijos,  esparramando todos los libros, los juguetes, como invadido por un frenesí de ira, volcó todas las fotografías y de nuevo el silencio, y de nuevo el mar y su bravura, y de nuevo lágrimas de un llanto inconsciente. Arrodillado en el suelo, con las manos llenas de pequeños cortes, abrió el último cajón de la mesita de noche:

PERIODICO DE UN LUGAR SIN NOMBRE:
Grave accidente de tráfico, choque frontal de un turismo con un camión, se desconocen las causas, los tres ocupantes del turismo murieron en el acto debido al fuerte impacto.

Abrazó el artículo fechado el 10 de diciembre de 1985, respiró con dificultad, cansado, permaneció de rodillas abrazado al papel, lo despertó el amanecer, estaba en posición fetal, no importaba, en el cajón habían decenas de recortes de la noticia.

La habitación tenía muchas capas de pintura, en ella se contenían los secretos, que ahora las paredes querían escupir. Contenían los acontecimientos de toda una vida. El trasiego de celebraciones con risas y confeti, también los silencios, los gritos y la soledad que, con los años, se le fue incrustando en la piel hasta cuartearla.

Todas las mañanas Carlos empezaba su rutina.

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